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Diario de la Expedición:
16 de agosto de 2004

"Los cinco sentidos"

África no existe, salvo por el nombre geográfico, según escribe el reportero Ryszard Kapuscinski en su novela Ébano. Es un continente demasiado grande para describirlo. El Delta del Okavango tampoco existe en la estación seca, como en la que estamos ahora. Es una sucesión de arenales jalonados por meandros por los que discurren unas pequeñas canoas llamadas mekoros en lengua twsana, fabricadas en madera de ébano, que poco a poco están siendo sustituidas por la fibra de vidrio para evitar que un árbol que tarda tantos años en crecer se tale para hacer una de estas embarcaciones que no duran más allá de cinco años. En el verano la vida cambia y los juncales marrones se tornan en verdes palmerales cubiertos de agua. El Delta es producto de la desembocadura de los ríos Okavango, procedente de las tierrras altas angoleñas, el Zambeze y el Cuanda.

Salimos muy temprano del campamento Sitatunga, en las afueras de la ciudad de Maun, hacia el Okavango. En poco más de hora y media recorremos 65 kilómetros de caminos polvorientos hasta llegar a una de las orillas del delta, donde nos esperan un sinfín de canoas que nos llevarán a nuestro nuevo campamento en las estribaciones de la Chief¨s Island.

Una hilera de mekoros avanza hacia el interior del delta. Foto: Juan J. González Manrique

La fauna es diversa. Pueden encontrarse animales característicos de las zonas de inundación como el hipopótamo o el búfalo acuático, y otros típicos de los bosques y sabanas como antílopes, cebras, ñus y oryx.

Los elefantes también son abundantes en esta tierra. Se calcula que en toda Botswana hay cerca de 65.000 ejemplares, cuya caza controlada está permitida para intentar equilibrar los perjuicios que tantos elefantes pueden causar al medio natural.

El día se hace corto. Poco después del almuerzo iniciamos una caminata hacia el interior de la isla en busca de los animales que habitan en ella. Avistamos un grupo de ñus azules que junto a varias cebras pastan tranquilamente en medio de un llano, atentos al posible ataque de enemigos naturales como los leones

 

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Las cebras, siempre vigilantes por si aparece algún depredador. Foto: Gersam González

Seguimos en busca de otros animales como babuinos, impalas o elefantes. El avance lo realizamos en grupos de seis personas para intentar abarcar más espacio y así poder obtener una visión más amplia del territorio. Aprendemos a conocer las diferentes huellas de los animales, incluso distinguimos el rastro de una pitón que hacía poco que había pasado por donde nos encontrábamos. El regreso al campamento debía realizarse antes de la puesta de sol. A partir de ese momento las serpientes salen de los agujeros donde pasan el día para iniciar la caza de roedores y pequeñas aves con los que se alimentan, pero también hay otros animales potencialmente peligrosos como las hienas. Paso rápido pero irremediablemente interrumpido porque no nos queda más remedio que parar para contemplar la espectacular puesta de sol. Los cinco sentidos se activan. El color de la luz, el sonido de la sabana, el olor de los cañaverales, el tacto de la arena que nos rodea y el gusto de la comida que comparte todo el grupo.

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La esencia de África. Foto: Juan J. González Manrique

La noche cae suavemente y el cielo nos descubre sus innumerables maravillas. Reponemos fuerzas para continuar desarrollando el sentido de la vista con la observación del cielo austral. Sigue con nosotros hasta mañana y verás la Vía Láctea como nunca en tu vida.

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El grupo de estudiantes que viaja en la expedición Shelios 2004 observa atentamente desde una elevación del terreno los animales salvajes. Foto: Francisco Zumaquero

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