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Diario de la Expedición:
24 de agosto de 2004

"Las dunas rojas del Namib"

Ver salir el sol desde la cresta de una duna de más de doscientos metros de alto es algo que no se contempla todos los días. Esa suerte hemos tenido hoy cuando a eso de las seis y cuarto de la mañana empezaban a asomar los primeros rayos de sol en mitad del desierto del Namib, en la zona de Sossusvlei. Primero nos tocaron diana a las cuatro y media de la mañana. Un aseo rápido y todos a los camiones para llegar a la Duna 45, una impresionante montaña de arena roja, famosa por haber aparecido en postales, calendarios y fotos de todas clases, probablamente por su espectacularidad. Su nombre obedece a que todas las dunas de este espacio protegido están numeradas y a ésta le tocó el 45 y además porque casualmente está situada a 45 kilómetros de la oficina de entrada al parque.

Salida del sol desde la Duna 45. Un momento que no se olvida. Foto: Javier Cosme

Después de ver amanecer tomamos el desayuno que allí mismo nos preparan Debbie, Rudi y Erol, nuestros conductores-cocineros-guías, que nos llevan en los camiones de esta expedición. Empezamos a caminar hacia la pan de Sossusvlei, una llanura rodeada de más dunas. El camino para llegar allí es largo y muy pesado porque hay que andar constantemente entre los surcos de arena que van dejando los vehículos 4x4 que transportan a los turistas que se quieren ahorrar el fatigoso tramo a pie. Cuando llegamos al final de ese trazado volvemos a encaramarnos a otra duna que nos ofrece un espectáculo completamente distinto al del amanecer. Los colores adquieren la intensidad del mediodía. Se produce una mezcla entre las altas extensiones de arena y zonas que se asemejan a los green de un gran campo de golf, pero el verde se transmuta en pequeñas elevaciones deformadas por la acción de antiguas aguas turbulentas. El sufrimiento de llegar a la cima de una duna se ve recompensado por la visión de las diferentes texturas y tonalidades que adquiere la arena del Namib, que cambia según varía la posición del sol.

 

La expedición Shelios 2004 al completo posa delante de la Duna 45. Foto: Juan Carlos Casado

Las dunas rojas de esta parte del desierto del Namib tienen su origen en los sedimentos arrastrados por el río Orange, ahora conocido como río Gariep. Estos depósitos son llevados a lo largo de su cauce y luego transportados por el viento dominante del sur. Ese viento desplaza la arena hacia el norte tierra adentro, dando lugar a este parque de dunas. Su color rojo obedece a la gran cantidad de sílice (90%) que lleva la arena, que se mezcla con otros minerales. No obstante, la base de cada duna es de color blanco por los granos de arena de esa tonalidad que proceden del río Tsauchaub. Es este río, o mejor, su cauce seco, el que atraviesa gran parte de la zona de dunas. Un área completamente desértica que se suele inundar cada diez años cuando las lluvias torrenciales hacen acto de presencia. Cuesta imaginarse que esas inundaciones lleguen a dejar el nivel del agua a dos metros de altura en todo el valle. También cuesta pensar cómo pueden sobrevivir aquí distintas clases de animales, desde orix, springbok o chacales, hasta avestruces, buitres, alondras o pájaros tejedores, sin olvidar a insectos como el escarabajo head standing, que aprovecha la humedad que se deposita de noche en su abdomen para beber agua de día. No hay que pasar por alto plantas como la camel thorn o espina de camello, un árbol espinoso con frutos que recuerdan en su forma a las algarrobas y que sirve de sustento a los nidos de pied crows o cuervos blancos, córvidos negros que tienen una gran mancha blanca en el pecho.

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Panorámca de una parte del parque de dunas desde la cima de una de ellas. Foto: Francisco Zumaquero

Un desierto que engancha poderosamente por su luz, por sus formas y por la magia que le envuelve a uno. Un desierto, en fin, para volver a visitar.

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Siluetas recortadas de parte del grupo Shelios, subiendo a una duna. Un camino fatigoso. Foto: Juan Carlos Casado

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Foto: Adela Iglesias

Juan Carlos Casado y Miquel Serra, junto al grupo de alumnos que nos acompañan en la expedición, momentos antes de disfrutar de una vertigonosa bajada desde lo alto de una duna. Siempre resulta más fácil bajar que subir porque pisar en una montaña de arena no es sencillo.

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