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Diario de la Expedición
Imágenes
Crónica:

3 de agosto de 2008

Transiberia.

Nos hemos vuelto populares en el tren. Cada cierto tiempo se asoman algunas cabezas a nuestros compartimentos y nos piden por señas que les mostremos alguna foto del eclipse. Se ha debido correr la voz y ya van viniendo de otros vagones para ver el sol negro que los escandalosos españoles tienen en sus ordenadores. En agradecimiento, un grupo de baile que está de gira y que viaja en el tren ofrecerá una actuación especial en el vagón restaurante. Lo acaban de anunciar por la megafonía, será a las siete de la tarde. Hace un momento un grupo de niñas vestidas de gitana han mostrado un adelanto en el pasillo de nuestro coche, obviamente en fila india porque las dimensiones del vagón no dan para más. A las gitanillas las precedían otras cuatro bailarinas disfrazadas de ratita presumida con un trozo de queso de corcho que no paraban de agitar entre los compartimentos del vagón.
Son cosas que pasan en el Transiberiano.
Quizá por la escasez de espacio, la convivencia promueve en el tren cierto código de reglas comunes, en apenas tres días de viaje los pasajeros tenemos una especie de noción de comunidad, un ente que podríamos añadir a este país tan fragmentado geográfica y políticamente. Llamémosle Transiberia. Transiberia se abastece en los mercadillos de las estaciones donde paramos. En los 20 minutos que, como máximo, permanecemos en el andén, llegan a juntarse hasta una docena de vendedores ambulantes que montan su puestito de comida con todo tipo de productos. En la parada de Gladosc hemos comprado unas frambuesas muy rojas que varias campesinas repartían en vasitos de plástico. Un vasito, 20 rublos. Unos 60 céntimos de euro. A partir de ahí el muestrario es amplio e incluye además de comida preparada, vajillas de colores chillones, figuritas, estampas religiosas o gorros y abrigos de piel que venden unas señoras que corren el riesgo de quedar atascadas en los pasillos del tren.
Hay en un esta república de urgencia un espacio polivalente que con el nombre de vagón restaurante alberga actividades que van más allá del servicio de comidas y bebidas. Esta tarde, por ejemplo funciona como sala de convenciones para la actuación de las pequeñas bailarinas. Anoche el vagón se convirtió en sala de fiestas cuando la encargada permitió a los estudiantes poner algunos cedés con su música favorita. Ventajas de la popularidad recién obtenida.
Pero el trabajo no cesa en Transiberia. Los alumnos participan ahora mismo en una evaluación para definir los resultados pedagógicos obtenidos durante esta edición de la Ruta de las estrellas. Uno de los datos que obtenemos señala que les cuesta concentrarse, lo que no es de extrañar en un viaje donde ocurren tantas cosas al mismo tiempo. En el lado positivo los alumnos destacan la experiencia como una de las más intensas de su vida y aseguran que han potenciado su capacidad para trabajar en equipo. Lo mejor de todo es que dicen que están contentos. Entramos en la etapa final de la expedición. Mañana llegaremos a Moscú. Una señora se asoma con un teléfono móvil en nuestro compartimento para que le carguemos la batería y…si. A ver si podemos enseñarle las fotos del eclipse.

ROBERTO GONZÁLEZ

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