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Diario de la Expedición
Imágenes
Crónica:

28 de julio de 2008

El vagón de los Canarios.

Hay un dicho por aquí sobre el transiberiano, que Rusia no hizo este tren sino que fue el tren quien hizo posible Rusia. El aserto viene a demostrar la importancia que aún hoy tiene esta vía que une los extremos de este enorme país. El transiberiano no es exactamente un tren. Es un camino, una línea férrea que recorre los más de 9000 kilómetros que unen Moscú con Vladivostok. Al parecer fue Alejandro III el zar que se dio cuenta de que debía facilitar con urgencia la comunicación con los territorios más orientales, seguramente tras intuir los ojos golosos que chinos y japoneses habían puesto en ellos.
Desciframos de nuevo el billete para asegurarnos de nuestro número de litera justo antes de que una horda de 40 personas asalte el vagón que, en un instante, rebosa de mochilas, cajas, telescopios y bolsas de comida. Espacio, sitio,…conceptos que cobran inusitada importancia en apenas unos segundos. Un tren es un tren, y el espacio es siempre limitado, pero no tanto en primera ni en segunda clase como en tercera, que es precisamente la que nos corresponde. Los rusos llaman a esta categoría “zhyotsky” o “platskarny” que quiere decir literalmente “clase dura”. Una excelente traducción en opinión de los alumnos que tratan de encontrar un hueco para sus equipajes entre las literas del vagón. Hay un halo romántico en torno a este tren en el que vamos a pasar los tres próximos días, y la expectación que genera en la expedición no se diluye ni siquiera ante el destartalado aspecto que presenta al llegar a la estación de Moscú. Los viajeros rusos que se reparten con nosotros el espacio ya tienen muchos kilómetros de transiberiano a sus espaldas, nos damos cuenta cuando apenas comienza a rodar. Inmediatamente cambian su ropa por un pijama y abren bolsas que contienen todo tipo de alimentos . Pan, embutido y queso son los argumentos principales aunque se observa una gran afición por las sopas de fideos y como no, el omnipresente vodka ruso. Todo eso tiene un olor, el de la convivencia, que se extiende como una ola por nuestro encantador vagón de tercera clase.
Pero una comunidad como ésta que se acaba de crear requiere una mano firme que la gobierne, esa misión se encomienda a la “provodnitsa”, la gobernanta del vagón que, dueña de un cardado imposible, tratará de facilitar nuestro viaje en la misma medida que nosotros facilitemos su labor. Entre los estudiantes de la expedición se mantiene candente, mientras tanto, un debate en torno al difícil carácter de los rusos. ¿Es simplemente malo o es que la dificultad de comunicación provoca esta impresión en los extranjeros? El debate sigue abierto. Como el que plantea la excelencia del “borsch” que la mayoría de los alumnos considera simplemente una sopa demasiado fuerte. El toque de nata agria sobre este guiso de cebollas es degustado por otros simplemente como un plato exquisito.
Evocamos los aromas del “borsch” mientras nos envuelve otra oleada de olor a convivencia en nuestro vagón de tercera clase. Lo aspiramos con alegría recordando que también había billetes de cuarta a la venta.

ROBERTO GONZÁLEZ

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