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Diario de la Expedición
Imágenes
Crónica:

19 de julio de 2009

De Pingyao a Xi'an.

8:30 de la mañana. ¡Adiós Pingyao! Incluso estos últimos minutos dentro del cochecito eléctrico, que nos conduce a la salida de la ciudad amurallada, son una gozada. ¡China! Aprovechamos para hacer las últimas fotos de los muñecos-niños  con sus madres en los ciclomotores, de los ancianos conduciendo sus triciclos, de las frutas en las paradas rotuladas en rojo…,  ¡Una semana más en esta ciudad con una buena cámara y tiempo, y terminamos publicando todos en la portada de National Geographic!
             Aún haremos una última visita antes de salir de la ciudad; nos dirigimos al Templo del Doble Bosque. Es un templo budista. Cuando el príncipe Siddhartha, Buda, llegó a la conclusión de que su retiro en el desierto, dedicado a la vida ascética, no le proporcionaría el estado de pureza que buscaba, se hizo monje mendicante. Un día tal como un ocho de diciembre, a la sombra de un frondoso árbol, Siddhartha abandonó la ‘rueda de la vida’ experimentando por primera vez el estado del nirvana. Éste templo está dedicado a ese día y en su patio central se erige un árbol enorme de gran belleza. Entramos en las pagodas que rodean el perímetro del patio, huele a humedad y a abandono, pero no nos dejan hacer fotos. Los palos de sándalo humean en las vitrinas en todas las esquinas. De vez en cuando un chino se arrodilla delante de esas figuras de barro decadentes y adheridas a techos y paredes, y reza. Aquí, como en el templo taoísta, también tienen una torre para el tambor y otra para el gong.
            Volvemos al autocar, a nuestra guagua, y esta vez sí, rodamos por la autopista dirección sur. Nos vamos a Xi´an.
‘Holaaaaa…’. Es la una del mediodía y Guillém nos saluda por la megafonía; su voz tiene un eco curioso esta mañana. Nos saca del ensimismamiento a algunos, y del sueño a otros para llamar nuestra atención sobre el Río Amarillo, cuya inmensa llanura de inundación discurre a nuestra derecha. Hasta donde llega nuestra vista, la ribera del rio está coronado por infinidad de fábricas y centrales térmicas.
Pocas vías fluviales reflejan el alma de un pueblo tan profundamente como este río. Desde sus su nacimiento a 4.300 metros de altitud en la meseta del Tibet, el Huang He como se le conoce en China, recorre 5.460 quilómetros, desde las llanuras del norte hasta la provincia de Shandong, donde desemboca en el Mar Bo Hai.  Como consecuencia de los treinta años de vertiginoso crecimiento industrial el rio Amarillo se muere. Las sustancias tóxicas que saturan sus cuencas (el 50% de su caudal se considera biológicamente muerto) son un problema, que si no se resuelve, podría llegar a obstaculizar el crecimiento del país. China alberga casi el 30% de la población mundial, y dispone  solo del 7% del agua dulce del planeta. Como ya dijera el Primer Ministro Wen Jiabao, la escasez de agua limpia es una amenaza para ‘la supervivencia de la nación china’
Hemos salido de la provincia de Shanxi y estamos entrando en la de Shaanxi en cuya capital es Xi´an. Los interminables campos de maíz nos acompañan durante nuestro viaje. La sensación térmica  al salir al autocar, cuando hacemos nuestra última parada para comer, es sencillamente demoledora. ¡Es como estar al lado de un compresor de aire acondicionado a trescientos sesenta grados! Nos acercamos al ‘horno de China’.
A las 16:20 llegamos a nuestro destino. La primera impresión que produce esta ciudad es la de una mole de cemento de color grisáceo azotada por una brisa ardiente y pringosa. Grandes edificios de aspecto ministerial bordean la ronda de entrada. Tantos de ellos agrietados o semiderruidos, como en construcción bajo las plumas. Autobuses no muy modernos abarrotados de chinos que bostezan. Callejas abarrotadas de gente, abarrotadas de comercios, de triciclos cargados de cajas, de rótulos comerciales. Miramos con atención: esta ciudad donde nos encontraremos con los Guerreros de Terracota, será otra bien distinta dentro de muy pocos años.

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