Diario de la Expedición
Imágenes
Crónica:
26 de agosto de 2007
Machu Picchu
De repente el interior de la guagua se quedó en silencio. El conductor reconoció ese gesto espontáneo, mezcla de sorpresa y admiración y frenó sin que nadie tuviera que pedírselo. En lo más alto de la montaña coronada por una gruesa capa de nubes se nos mostraba orgullosa la ciudad perdida de Machu Picchu.
Machu Picchu sigue siendo una ciudad perdida por mucho que miles de turistas la descubran cada día. Cada visitante tiene la sensación de que la vieja ciudad inca se aparece solo para él. En medio de ese fogonazo de silencio varias curvas antes de llegar a la entrada saludamos a la montaña sin exponer un gesto, sin que se moviese un solo músculo de la cara. Tanto tiempo imaginando este momento… Es sólo un instante, enseguida vuelven a sonar las musiquillas de las cámaras digitales y se suceden las expresiones de admiración.
Es la fiebre del turista. No basta con contemplar la maravilla, hay que llevarse un pedazo de ella en la tarjeta de memoria de la cámara. Intento inútil. No es posible apropiarse del alma de algunas cosas, pero nos costó dos o tres docenas de fotografías darnos cuenta de ello. ¿Cómo plasmar el espíritu de una ciudad en una imagen? ¿Cómo escribir en este diario su misterio? Otro esfuerzo inútil salvo, quizá, para los poetas. Se nos antoja que Machu Picchu no es sólo una suma de templos en ruinas, ni una muestra de genialidad arquitectónica. Machu Picchu es un conjunto de elementos que combina a la perfección la llamada trilogía andina: cielo, tierra y el mundo de los espíritus. Todo envuelto en una capa de cierto misticismo que incita abrazar a la piedra, a susurrar al viento y dar gracias a la Pachamama, la madre tierra. Justamente lo que hacían los incas.
No se sabe muy bien porqué se construyó la ciudad en el siglo XV de nuestra era. Para algunos era un lugar de retiro de la aristocracia inca. Otros creen que era una “llacta”, un centro administrativo para el almacenamiento y distribución de los distintos productos de las comunidades de la zona. Pero el diseño de la ciudad está íntimamente ligado al cielo. El cielo es su calendario agrícola. Sus templos se orientan hacia los solsticios y equinoccios. En el Templo del Sol la piedra sagrada se ilumina en el amanecer del solsticio de verano. La señal para recoger las cosechas.
Pero el entorno de Machu Picchu parece imposible. Es una ciudad esculpida en lo alto de una altísima montaña, rodeada de montañas más altas todavía.
Los incas eran excelentes agricultores y supieron sacarle partido a una orografía tan difícil. De nuevo resulta admirable su inmensa capacidad de trabajo para labrar en la roca inmensas moles de granito que sirviesen de base a los templos, diseñados incluso para resistir los frecuentes movimientos sísmicos de la zona. Su ingenio les permitió crear un sistema de cultivos y de abastecimiento hidráulico que transformó la ciudad en autosuficiente. El agua sigue fluyendo bajo las rocas de la vieja ciudad inca. Una calle se llama precisamente, Amanahuasi, calle del agua, y de ahí se distribuye por la ciudad y las terrazas de cultivo a través de 16 pilones que siguen funcionando a la perfección. Cóndor, puma y serpiente. La trilogía inca cristaliza en las ruinas incas, literalmente en uno de esos elementos: Dos cóndores volaban bajo nosotros provocando la alegría de los peruanos que nos acompañaban. No es fácil contemplarlos y se considera un buen augurio ante el que hay que pedir un deseo. Cada uno pidió el suyo antes de dejar atrás la ciudad muerta más viva del mundo. Nosotros la hemos habitado hoy.
ROBERTO GONZÁLEZ.
www.expedicionesweb.com © Copyright 2023, Shelios®
|