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Diario de la Expedición
Imágenes
Crónica:

29 de julio de 2008

En ruta con Kapuscinski.

Kilómetro 1777 en la ruta del Transiberiano. A los pies de los Urales cruzamos la frontera entre dos continentes. Ya estamos en Asia, pero aparte de un monolito que rebasamos en un instante, y que señala que dejamos atrás a la vieja Europa no hay evidencias que denoten cambio alguno. Los tupidos bosques siguen corriendo veloces por las ventanillas del tren y sólo dejan algo de espacio a ríos de tonos verdosos y pequeños grupos de casas de madera con techos de uralita. Nunca se ve a nadie por fuera de esas casas y tal vez por ello el paisaje, en su conjunto, transmite una enorme sensación de soledad. Una soledad en tonos verdes que incita a la melancolía. Definitivamente Rusia es verde. De una tristeza verdosa.
Dice Kapuscinski: “Hay en este paisaje siberiano algo que inmoviliza, que paraliza y que oprime. Y ese algo es, sobre todo su inmensidad (…) su oceánica infinitud. Aquí la tierra, el mundo, no tiene fin. El hombre no está hecho para tamaña desmesura.” (Ryszard Kapuscinski. El Imperio. Ed. Anagrama. Pag. 41) Cuando escribía esas palabras recorriendo la misma vía que ocupamos ahora, el maestro de periodistas echaría de menos el buen ambiente de viaje del que disfrutamos nosotros. Conjuro contra tristezas y paisajes oxidados.
Los estudiantes han comprendido a la perfección que viajar no es sólo recorrer distancias. Comunicarse, tratar de entender realidades tan distintas de las nuestras, añade más kilómetros a la mochila que cualquier medio de transporte. Gracias a eso ya saben contar en ruso hasta diez. Gracias también a la amabilidad y la paciencia de Valentina y Sasha, dos de las personas que comparten con nosotros el poco espacio que queda en este vagón y con las que los estudiantes han estado hablando un buen rato. La comunicación gestual es un fenómeno curioso, en algunos momentos casi nos parece entender las explicaciones de Valentina que sólo es capaz de expresarse en ruso, justo antes de que su compatriota las traduzca al inglés.
Ella nos cuenta que la ciudad en la que acabamos de parar, Ekaterimburgo, es tristemente famosa por ser el lugar donde asesinaron a la familia imperial rusa en 1918. Nuestras nuevas amigas de viaje son un punto a favor de los rusos en el debate establecido en torno a su carácter. De nuevo Kapuscinski arroja luz al respecto: “ Uno de los pilares en los que se apoya el sistema (soviético) es precisamente el aislamiento del mundo exterior.(…) Por contactos con extranjeros Stalin mandaba a fusilar o condenaba a cinco o diez años de trabajos forzados. Luego ¿cómo podemos extrañarnos de que nos teman como al mismo diablo?” (del mismo libro Pag. 44).
Los debates intensos abren el apetito y las 40 personas de la expedición tienen la costumbre de comer a diario, una tarea complicada en un espacio tan reducido y en donde, sobra decirlo, no se puede cocinar. El problema se soluciona gracias al excelente embutido que envasamos al vacío en España. Un buen bocadillo de jamón ibérico y hasta los oscuros bosques rusos lucen más alegres.

ROBERTO GONZÁLEZ

EL VIAJE DE…CARLA, SONIA Y ALBERTO.

“Ilusión” y “excitación” son las palabras que mejor nos definen en estos momentos. Finalmente, después de pasar unos días en el Observatorio del Teide, llegamos a la verde y, al mismo tiempo, gris Rusia. Viajamos en los angostos vagones del mítico Transiberiano, a cuyos suaves y constantes meneos nos sometemos desde la vieja Moscú, de la que partimos un día atrás. La ciudad, que recuerda aún la vieja gloria soviética, se nos presentó como una ciudad gris, oscura y en la que la sonrisa es una mueca tétrica. Tal vez por los siglos de sometimiento de sus gentes, o simplemente por la situación actual, los habitantes de este país no tienen por costumbre sonreír.
La convivencia con nuestros casi cuarenta compañeros, de los cuales trece ganaron como nosotros el concurso de “La Ruta de las Estrellas”, está siendo sorprendentemente familiar y maravillosa.
Esta mañana, después de desayunar y asearnos, a los miembros del GOAT y la AAP (organizaciones astronómicas que nos acompañan) se les ocurrió la genial idea de contarnos que durante el recorrido pasaríamos por delante una central nuclear, y que teníamos que tomar una serie de precauciones. Pese a que nadie estaba convencido del todo, muchos acabaron tomando esas medidas de seguridad (como tumbarse en el suelo o bajar las persianas de “aluminio”), hasta que se reveló que todo era una broma.
Con casi dos días de tren por delante, y lo mejor aún por llegar, esperamos seguir viviendo experiencias divertidas e imborrables que son, al fin y al cabo, el objetivo final de todo viaje. Por cierto, estamos todos bien.

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