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Diario de la Expedición
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Crónica:

16 de julio de 2010

"Llegamos al desierto"

Tras doce horas en autocar atravesando un territorio polvoriento, seco y frio, el desierto de Atacama, este espacio de soledad, inhóspito y salvaje que nos saludaba con un amanecer rojo y frío fuimos sorprendidos y devorados por la Camanchaca, una densa niebla que repta avanzando por el suelo y nos engulle como un animal mitológico. La Camanchaca se forma en las laderas de la cordillera de la costa cerca del océano Pacífico y nos acompañó casi hasta llegar a Antofagasta, ciudad minera, portuaria e industrial. Gracias a la extracción de mineral, cobre sobre todo, procedente de la mina de Chuquicamata, se ha convertido en la cuarta población de Chile en número de habitantes, y una de las de mayor crecimiento económico, como se refleja en sus pujantes construcciones en la línea de costa y en la multitud de complejos industriales a las afueras. Ello le da a la ciudad el dudoso honor de tener uno de los paisajes más degradados de los que hemos visto hasta ahora.

Zona estratégica de salida al mar, en estas tierras de Antofagasta se inició en el año 1879 la guerra del Pacífico. El enfrentamiento que se produjo entre Bolivia y Chile dió como consecuencia la pérdida de estos territorios y los situados al norte por parte de Bolivia.

Antofagasta parece salir de un relato de ciencia ficción: unas montañas secas, desprovistas de toda vegetación cubiertas de antiguas esconterrías por las que en escasas ocasiones ha caído el agua abrazan a la ciudad mientras el océano Pacífico la sume en un bálsamo azul que se junta con el cielo; un océano que nos brinda un último adiós en forma de una puesta de Sol entre anaranjada y bermellón. Mañana emprenderemos camino hacia el observatorio de Cerro Paranal.

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